30/5/22. Seguí haciendo cambios en los párrafos del final de la sección 10, y además agregué párrafos nuevos:
Entonces, ¿hubo o no un teléfono roto? Sí y no, depende. Para empezar, las diferencias entre la imagen que vemos en la segunda viñeta y la que vemos en la tercera no se deben a errores de transmisión, como en un típico teléfono roto, sino a la decisión de componer una aldea antigua.
Recordemos que las omisiones corren por cuenta del relator, se deban o no a su iniciativa; ergo, el paisaje pintado es idéntico al paisaje dictado (se supone) y diferente al real (se sabe, se ve). No difiere por copiar mal o de modo sesgado, sino por transitividad: la imagen dictada difiere de la que vemos en esa calle; si la del cuadro no difiere de la dictada, difiere de la real. Es una diferencia mediada. La pintura es copia fiel de una copia infiel (la descripción con sus omisiones).
Pero la comparación la hacemos entre las dos imágenes, no entre la imagen pintada y el relato, que desconocemos. Y entre ellas hay diferencias que, bien miradas, son necesarias para convertir un paseo de compras actual en una aldea de otra época (insisto: a ojo de buen cubero, que es como suelen verse los chistes gráficos, sólo es necesario el encuadre).
Pero si por esas 8 diferencias –sobre un total inmenso de asombrosas igualdades minuciosas– decimos que hubo un teléfono roto, agreguemos que se rompió tan poco que no causa gracia por ese lado y sí por el opuesto, el de la inverosímil similitud entre lo que vemos y ve el relator y lo que vemos y ve el pintor. (¿Qué la hace inverosímil? Que resulte de escuchar la descripción de un paisaje; si resultara de verlo, no sería inverosímil.)
Serán diferentes, pero se experimentan como iguales. Y como no hay dos sin tres, también se experimentan diferentes después de iguales, encuadre mediante: lo que vemos y ve el relator es un paseo comercial de hoy; lo pintado es un pueblo de ayer.
Primero entendemos que el de la tela es el mismo sitio que el de la calle (teléfono no roto); casi a la vez, inmediatamente y sin desmentir ni corregir, entendemos que fue convertido en una aldea antigua (teléfono programáticamente roto). No hay y hay teléfono roto. Es y no es el mismo sitio. Ser y no ser: esa es la cuestión; Quino la resuelve con una amalgama no contradictoria de conceptos antagónicos.
La gracia del chiste es una combinación de cuatro irrealidades. Dos son por inadecuación del acto, una por altísima improbabilidad del hecho, y la otra por transformación del ser:
- · se "dicta" una imagen, con muchos detalles y unas pocas omisiones;
· se usa un teléfono público para hacerlo;
· la imagen pintada a partir del dictado coincide –a lo Menard: sin haberla copiado– con la que vemos en esa calle;
· pero a la vez difiere, y nada menos que en su identidad (vos tan paseo comercial, yo tan aldea).
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