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viernes, 5 de marzo de 2021

El verbo ESTAR 001 (1.0.0)



Hubo varios cambios desde la primera versión que subí el 1 de marzo, sobre todo hoy. Copia aquella versión:



   Nunca la opción entre ser y estar, cuando es posible, es indiferente; a veces más, a veces menos, siempre estaremos haciendo y diciendo cosas distintas. Antes de hablar de cuándo es posible esa alternancia y qué diferencia de operaciones y de sentidos involucra, debemos hablar de la mitad que nos falta: el verbo estar, con los estados y las ubicaciones que da.

1. Estados

   Para empezar, con el verbo estar decimos el cambio o la permanencia de estado de una identidad (algo o alguien). Si es el cambio, el estado es el resultado de una acción o proceso (prendí la estufa: está prendida; la naranja maduró: está madura; la vaca murió: está muerta); si es la permanencia, el estado es el resultado de una omisión (esto es, la negación del suceso –acción o proceso– que habría implicado el estado siguiente de la secuencia: no prendí la estufa: está apagada; la naranja no maduró: está verde; la vaca no murió: está viva). Vale decir que, paralela a la distinción entre identidades o rasgos de identidad por defecto o por modificación, hay estados por omisión y estados por acción; veamos cómo se definen.
   Una secuencia de estados puede ser lineal o cíclica (irreversible o reversible, si se prefiere). La vaca que pasa de estar viva a estar muerta, y el bife de vaca que pasa de estar crudo a estar cocido y de estar cocido a estar quemado, cursan una secuencia lineal de estados, sin posibilidad de reversión o de repetición. La persona que, habiendo comido crudo el bife, pasa de estar sano a estar enfermo y –confiemos– de estar enfermo a estar sano otra vez, cursa una secuencia cíclica de estados.
   Un estado por omisión es el estado inicial de una secuencia, ya sea necesariamente inicial –secuencia lineal: el bife no se coció: está crudo; la vaca no murió: está viva–, o ya sea contingentemente inicial –secuencia cíclica: Juan no se enfermó: está sano–. Un estado por acción es un estado no inicial de cualquier secuencia, cíclica o lineal, a saber: un estado intermedio (el bife se coció: está cocido; Juan se enfermó: está enfermo) o un estado final (el bife se quemó: está quemado; la vaca murió: está muerta; Juan se sanó: está sano de nuevo). Un estado por omisión participa de un historial eventual (sus compañeros de secuencia están en el futuro); un estado por acción, de un historial efectivo (hay al menos un estado anterior, y podrá o no haber uno posterior).

   Para reconocer un estado, no es decisivo saber si se trata de uno por omisión o de uno por acción. La frase suelta “Esta botella está vacía” puede aludir a dos historias: está vacía porque no fue llenada (estado por omisión) o está vacía porque fue vaciada (estado por acción). Si tuviéramos interés en marcar su participación en alguna de las dos historias, para la primera diríamos algo así como “Esta botella todavía está vacía” y para la segunda, “Esta botella ya está vacía”.
   Desconocer o prescindir del dato de cuál de las dos historias está detrás del estado (ignorar si estamos en el inicio o en el final de la historieta, si esta es su primera o su última viñeta) puede afectar, en el peor de los casos, la comprensión del enunciado y la interacción que se tiene al usarlo. Pero no afecta en nada el funcionamiento del verbo estar ni nos impide reconocer que ahí se trata de un estado.

1.1. Estados transitorios y estados definitivos

   La oposición transitorio/permanente alude a la duración limitada o ilimitada con que un atributo se adhiere a una identidad. Asignarles los atributos permanentes a los predicados con ser, además de inducir a errores como el de “La vaca es muerta”, implica negar o desconocer la existencia de estados permanentes, como el de “La vaca está muerta”, y de membresías fugaces, como la de “En aquella ocasión fueron muy simpáticos conmigo”.
   Creo que es más eficiente reemplazar la mensura de una duración por la determinación del lugar que ocupa el estado en esa estructura que podemos llamar secuencia o historial o historieta. El reemplazo importa la sustitución –poco relevante– del segundo término de la oposición (sale ‘permanente’, entra 'definitivo') y la redefinición del primero. Procedamos.
   Si se me tolera la trivialidad, un estado es transitorio cuando es un estado de transición. Seré más preciso: un estado es transitorio porque existe un sucesor suyo en la secuencia, se realice o no. Una variación de la historia original puede hacer eterno el sueño de la bella del bosque durmiente; pero existiendo el despertar (y el estar despierto que tiene por resultado), ese estado es de transición, independientemente de su duración y del desenlace que tenga el relato. El carácter transitorio genera la expectativa de que la bella pase de estar dormida a estar despierta, la satisfaga o no el narrador.
   Esa expectativa de cambio está ausente en los estados sin sucesor. Los estados finales de secuencias lineales, por definitivos, por irreversibles, no pueden no ser permanentes. No cabe esperar de la vaca muerta y del bife quemado que reviertan su estado y pasen a estar viva y a punto. Y en cuanto a superar sus estados, para la vaca es imposible (salvo que exista la resurrección) y para el bife es ocioso (sí, puede pasar de quemado a podrido, pero con eso sólo se cambia un estado definitivo por otro; una viñeta más y la desintegración del bife en moléculas o átomos nos dejaría sin identidad de la cual indicar un estado).

   Algunos casos de irreversibilidad, aun sin admitir un egreso del estado en sí –ni deshaciéndolo ni trascendiéndolo–, admiten incrementos de intensidad, que pueden contar como nuevos estados: no puedo, yo peluquero, ofrecerle un cabello más largo a mi cliente recién atendido, pero sí uno más corto, mientras no lo deje pelado; no puedo, yo repostero, hacer menos dulce la torta ya hecha, pero sí más.
   Lo mismo sucede con los estados de un particular que provienen de la cuantificación de rasgos de identidad que son constitutivos del género al que ese particular pertenece: no tiene sentido decir que el agua de mar está salada, pero sí decir de tal o cual agua de mar que está más salada de lo normal, para ser agua de mar (y en este caso sí es posible la alternancia: “Este agua de mar es/está más salada que otras”). Otro ejemplo: siendo por su constitución frío, no tiene sentido decir que el hielo está frío, pero sí que tal o cual cubito está muy frío (al menos, eso puede parecernos, lo cual es suficiente para el lenguaje).
   En cambio, la vaca no pudo estar más viva de lo que estaba ni puede estar más muerta de lo que está. Luego, para que un estado final de secuencia lineal sea definitivamente definitivo, no debe ser cuantificable. Si lo fuera, estaríamos en la historia del bife, que puede terminar en el estado quemado o pueden agregarse las viñetas muy quemado, muy muy quemado, re quemado... y así hasta carbonizado o desintegrado (supongo que más allá ya no hay bife).

1.2. Resumen y definición

   Para resumir lo expuesto sobre los estados, veamos el siguiente cuadro:


   Hay estados por acción transitorios (todos los intermedios, como el irreversible “La naranja está madura” o el reversible “Juan está enfermo”, y sólo los finales de secuencias cíclicas, como “Juan ya está sano”) y hay estados por acción definitivos (los finales de secuencias lineales, irreversibles, como “La naranja está podrida” o “La vaca está muerta”). Pero no hay estados por omisión definitivos: todos son transitorios.
   El hecho de que en una secuencia cíclica no haya estados por acción que sean definitivos responde a la lógica del carácter cíclico de la secuencia, que por definición excluye lo definitivo (más allá de en qué estado del historial se detenga tal o cual historia particular, lo que sólo alcanza para hacer contingentemente final a ese estado). En cambio, el hecho de que no haya estados por omisión que sean definitivos responde a la propia lógica de lo que es un estado. Justifiquémoslo.
   Ante todo, no hay estado suelto, estado que no forme parte de una secuencia de estados, de un historial, que no sea la viñeta de una historieta. Un estado por omisión es, por definición, el estado inicial de una secuencia; un estado definitivo es el estado final –cuantificable o no– de una secuencia lineal; luego, para ser un estado por omisión definitivo, el estado debería ser inicial y final a la vez.
   No ha ocurrido nada mágico ni inefable; simplemente nos hemos salido del juego: decir que un estado por omisión definitivo es el primero y último de una secuencia equivale a decir –ahora sin retórica paradojal– que eso ya no es una secuencia, sino un estado absoluto (desligado, sin ser uno de los términos de una relación, como se mataforiza con el eslabón de una cadena o el cuadrito de una historieta).
   Sin la inexistencia de estados por omisión definitivos, un estado sería otra cosa. Con ella, un estado es la posibilidad (estado por omisión) o el hecho (estado por acción) de un cambio; el cambio puede estar en el futuro o puede estar en el pasado de un estado, o en ambos, pero no puede no estar. En relación con un estado por omisión –estar vivo, por ejemplo–, el acontecimiento respecto del cual aquello es un estado –el morir– se encuentra en el futuro (historial eventual); en relación con un estado por acción, en el pasado (historial efectivo): el estar muerto implica el haber muerto. Y el estar madura implica seguro el haber madurado de la naranja y probablemente un pudrirse futuro, para nombrar un caso de cambio bifronte.
   En aquel historial donde no pueda haber un acontecimiento entre dos estados no existirá, consecuentemente, el estado que sea su secuela: para la vaca que ha muerto, no existe un estado sucesor del estar muerta porque no hay, en ese historial, un acontecimiento que venga después del morir (si lo hubiera y fuera una resurrección, el historial pasaría de lineal a cíclico: está viva ~ está muerta ~ está viva...). Y es esta falta de sucesor lo que hace definitivo a un estado. Los estados por omisión, que son estados iniciales (de secuencias cíclicas o lineales), jamás carecen de sucesor; luego, en ningún caso pueden ser definitivos.

   Recapitulemos. Más allá de su antigüedad o duración, el estado se define suficientemente por ser el resultado de la consumación (hay cambio) o de la inhibición (hay permanencia) de un acontecimiento. A diferencia de las identidades de clases o de individuos, abstracciones forjadas fuera del devenir temporal a fuerza de igualar, hacer pertenecer e incluir, los estados se definen en relación a sucesos, que son la materia prima del devenir; sucesos de realización efectiva o sólo posible, pero de rigurosa temporalidad (o secuencialidad).
   Permítaseme este símil imperfecto: si la identidad es un arenero, su estado por omisión es la lasitud de la superficie intacta (porque nada sucedió ahí) o indemne (pese a que algo sucedió ahí); y un estado por acción es, por ejemplo, la secuela que en el arenero deja una brisa, que provoca una suave ondulación (y entonces la arena está suavemente ondulada).
   La ondulación –el suceso de la ondulación– es consecuencia o efecto de la brisa; el estar ondulada la arena es la secuela de la ondulación, no su evento‑consecuencia. Del mismo modo, el ponerme contento es una consecuencia de algún otro suceso, como puede ser el haber ganado la lotería; la secuela de ese efecto –su resultado– es el estar contento.
   Los estados son la mitad de lo que hacemos con el verbo estar; la otra mitad son las ubicaciones. Al igual que los estados, las ubicaciones se integran en secuencias, son cuadritos de una historieta, que narra un cambio o una permanencia de ubicación de algo o alguien. A diferencia de los estados, que pueden resultar de una gran cantidad de acciones, las ubicaciones pueden resultar de sólo dos acciones.

2. Ubicaciones

   Decir que “Juan está dormido en su cuarto” no es lo mismo que decir que “Juan está en su cuarto”, toda vez que a su ubicación le agrego su estado. En cambio, las proposiciones “Juan está en su cuarto” y “Juan está situado en su cuarto” dicen lo mismo, al igual que las proposiciones “La torre Eiffel está en París” y “La torre Eiffel está situada en París”. Casi que las primeras son una abreviatura de las segundas, como si la ubicación fuera un estado que se redujo a sus circunstancias. Pero la acción de un situarse es demasiado general.
   El situarse de Juan y el situarse de la torre Eiffel resultan de acontecimientos diferentes. La primera situación supone el hecho (ubicación por acción: Juan fue a su cuarto) o la posibilidad (ubicación por omisión: Juan aún no salió de su cuarto) de un desplazamiento (hacia adentro –ir a– o hacia afuera –salir de–, en este caso); la segunda supone el hecho de un emplazamiento (ubicación por acción: la torre Eiffel fue emplazada en París).
   El desplazamiento, según sea en el espacio o en el tiempo, hace que una identidad pase de una ubicación a otra (de no estar a estar en su cuarto, o al revés) o de un momento a otro (de estar en 2020 a estar en 2021, nunca –aún– al revés: si “Estamos en 2021”, es gracias a que transcurrimos hasta acá –y desde allá atrás). Por su parte, el emplazamiento hace que pase de ninguna a alguna ubicación, la única que conocerá (salvo que se la vuelva a emplazar).
   Esta diferencia entre las acciones es acompañada por una diferencia entre sus secuelas. La ubicación de un desplazamiento puede ser transitoria (cualquier ubicación inicial y cualquier ubicación de una secuencia cíclica) o definitiva (las dos ubicaciones de un nacimiento –el estar de este o de aquel lado del vientre– constituyen una secuencia lineal, irreversible: no se vuelve ahí). La ubicación de un emplazamiento, por su parte, es definitiva hasta nuevo aviso (hasta un re-emplazamiento, si sucede).

2.1 Emplazamientos

   Prevengamos una confusión mediante una obviedad: la proposición “El estadio de San Lorenzo, que ahora está en el Bajo Flores, antes estaba en Boedo” no habla de un desplazamiento, sino de un re‑emplazamiento: no lo movieron hasta el Bajo Flores; lo volvieron a emplazar ahí. La perogrullada vale para la mudanza de todo aquello que sea emplazable, de un modo real o simbólico: una institución, un país, un cine, una placa recordatoria, un monumento, una ventana, etcétera.
   A ninguna de estas cosas el re-emplazamiento le provoca la crisis existencial que el reemplazo progresivo y total de sus partes le provoca al barco de Teseo, según dicen. La identidad es una institución, no un ensamble determinado de partes o materiales.

   Definitivo y con un historial mínimo, con una ausencia por todo pasado y ninguna expectativa de cambio, un emplazamiento se aleja de la más típica veleidad de estar y se acerca a la permanencia que suele lucir ser. Se acerca, pero se queda a mitad de camino, ahí donde ser equivale a quedar, que significa estar permanentemente (no permanecer, que es lo que significa quedarse). Y entonces la localización de lo emplazado pasa a admitir los tres verbos: “La casa de Juan es/está/queda a la vuelta del Sanatorio Otamendi”. (Esto no pasa con la localización de lo desplazado o desplazable, que no admite ser ni quedar, sólo estar: “Juan es/está/queda en su casa”.)
   En la variante con ser, no estoy identificando la casa de Juan, como haría si dijera “La casa de Juan es la segunda de la cuadra”, sino su lugar de emplazamiento (=a la vuelta del Sanatorio Otamendi). Se trata de la identificación de la circunstancia locativa de un evento definido (el emplazamiento de la casa de Juan), como pasa con “La fiesta es en la casa Juan”, “El próximo Mundial es en Qatar” o “El sorteo de Navidad es en la Lotería Nacional” (el predicado verbal identifica el dónde del evento definido que hace de sujeto expreso).
   Con esa identificación llevamos adelante una localización; su alternancia con la mera ubicación que da estar, que también localiza, es la alternancia con la diferencia más tenue que hay (y la única, además, de la que participa una ubicación en vez de un estado). Pero esa casi indiferencia pragmática (en ambos casos localizo) no impide que subsista la diferencia lógica: en un caso identifico la ubicación de un emplazamiento (es ahí) y en el otro la doy como resultado de un emplazamiento (está ahí).

3. Epílogo: lo que hacemos con estar

   Cómo definimos lo que hacemos con estar depende de si vemos la foto o la película. En el primer caso, decimos que con estar damos el estado o la ubicación por omisión o por acción de algo o alguien. En el segundo caso, decimos que narramos el cambio o la permanencia –la omisión de cambio– del estado o la ubicación de algo o alguien.
   ¿Qué diferencia hay entre un cambio de estado y un cambio de ubicación? La historia de cualquier cambio comporta al menos dos coordenadas témporo‑espaciales (o una ausencia y una coordenada, en el caso de un emplazamiento). En un cambio de estado, los datos espaciales de las coordenadas no tienen la obligación de ser diferentes; en un cambio de ubicación, sí. La obligación de presentar tiempos diferentes rige para ambos.
   Pruebo decirlo de otro modo. Un cambio de estado involucra, suficientemente, una diferencia de instantes (es indistinto que la vaca haya estado en un lugar cuando estaba viva y en otro ahora que está muerta o que no se haya movido de ahí; pero es esencial para su muerte que esos estados se registren en instantes diferentes y ordenados de viva a muerta –salvo que sea la vaca de Schrödinger). Un cambio de ubicación involucra necesariamente dos diferencias, una de momentos y otra de lugares. La luna que se desplaza de un punto a otro del cielo, además de desplazarse, transcurre; la naranja que madura puede sólo transcurrir (quietita en la frutera, por ejemplo).




Copio ahora lo que decía hasta ayer esa última sección 3 (que también cambió de título), aunque también haya habido cambios menores antes:



3. Estados y ubicaciones, cambios y permanencias

   Cómo definimos lo que hacemos con estar depende de si vemos la foto o la película (opción de teoría gramatical, pero también filosófica). En el primer caso, decimos que con estar damos el estado o la ubicación por omisión o por acción de algo o alguien. En el segundo caso, decimos que narramos el cambio o la permanencia –la omisión de cambio– del estado o la ubicación de algo o alguien.
En ambos casos, ese algo o alguien es lo que con ser categorizamos (“¿Qué es eso? ¿Es un pájaro? ¿Es un avión?”), identificamos (“¡Noo! ¡Es Superman!”), caracterizamos (“Superman es muy fuerte”) y, si hace falta, definimos la categoría en que lo ponemos (“Un extraterrestre es alguien de otro planeta”).
   ¿Qué diferencia hay entre un cambio de estado y un cambio de ubicación? La historia de cualquier cambio involucra al menos dos coordenadas témporo‑espaciales (o una ausencia y una coordenada, en el caso de un emplazamiento). En un cambio de estado, los datos espaciales de las coordenadas no tienen la obligación de ser diferentes; en un cambio de ubicación, sí. La obligación de presentar tiempos diferentes rige para ambos.
   Pruebo decirlo de otro modo. Un cambio de estado involucra, suficientemente, una diferencia de instantes. Es indistinto que la vaca haya estado en un lugar cuando estaba viva y esté en otro ahora que está muerta o que no se haya movido de ahí; lo esencial para su muerte es que esos estados se registren en instantes diferentes (salvo que sea la vaca de Schrödinger) y ordenados de viva a muerta (porque al revés no sería morir, sería resucitar).
   Por su parte, un cambio de ubicación involucra necesariamente dos diferencias, una de momentos y otra de lugares. La luna que se desplaza de un punto a otro del cielo, además de desplazarse, transcurre; la naranja que madura puede sólo transcurrir (quietita en la frutera, por ejemplo).
   No sé si a esta altura caerá bien mencionar que se puede leer una versión más corta y un poco dialogada de lo visto hasta acá en los dos primeros ensayos del tríptico. ¿Dónde? En “Describir o narrar: ser y estar”.

4. La pragmática de estar

    En la semántica de estar hay secuencias de estados o ubicaciones (espaciales o temporales). Estas historietas se usan para comunicar los cómo está x y para localizar los dónde o los cuándo. Estos usos ya pertenecen a la pragmática de estar, que no contradice su semántica: el verbo produce esas secuencias, se las use para lo que se las use.
   Pero hay un uso particular de un tipo particular de historietas que si no la contradice, le pega en el palo. Pienso en el elogio de una hechura usado para aprobar algo o a alguien. Si digo “Esta sopa está buena”, digo que está bien hecha; si digo que está rica, digo que la hicieron rica (o que la pusieron rica al hacerla, si pienso que la sopa preexiste a ser hecha). La alternativa con ser también aprueba, pero caracterizando: con la frase “Esta sopa es buena”, digo que hay sopas buenas, sopas malas, etc., y que esta pertenece al grupo de las buenas.
   Otro ejemplo. Si a alguien que te aprueba un chuchillo diciendo que “está bueno” le preguntás por qué, lo más probable es que te hable de cosas que tengan que ver con lo bien hecho que está (su hoja bien diseñada, su mango trabajado, el buen ensamble de las partes, etc.). En cambio, si lo aprueba diciendo que “es bueno”, lo más probable es que te diga que corta bien (o sea, que cumple bien su función), que es lo que se espera de todo miembro del club de los cuchillos buenos. Dos semánticas, la misma pragmática.
   Con la semántica de estar, soy un jurado aprobando o desaprobando el resultado de un hacer, que es un estado especial. Antes de todo lo demás que le puede pasar (ensuciarse, mancharse, oxidarse, ser afilado, desafilarse, etc.), al cuchillo tuvo que pasarle el ser hecho. Antes de estar hecho, no existe, como la ubicación del Barolo antes de ser emplazado; ningún otro estado limita así con la inexistencia.




Hoy (5-3-21) dejé el ensayo entero así, con cambios especiales en la sección 4 (hasta ahí había llegado en 2003 en la versión base de este tríptico, “Ensayo sobre la diferencia ser-estar”; me había puesto un cartel con la leyenda "Desarrollar este punto"):





   Nunca la opción entre ser y estar, cuando es posible, es indiferente; a veces más, a veces menos, siempre estaremos haciendo y diciendo cosas distintas. Antes de hablar de cuándo es posible esa alternancia y qué diferencia de operaciones y de sentidos involucra, debemos hablar de la mitad que nos falta: el verbo estar, con los estados y las ubicaciones que da.

1. Estados

   Para empezar, con el verbo estar decimos el cambio o la permanencia de estado de una identidad (algo o alguien). Si es el cambio, el estado es el resultado de una acción o proceso (prendí la estufa: está prendida; la naranja maduró: está madura; la vaca murió: está muerta); si es la permanencia, el estado es el resultado de una omisión (esto es, la negación del suceso –acción o proceso– que habría implicado el estado siguiente de la secuencia: no prendí la estufa: está apagada; la naranja no maduró: está verde; la vaca no murió: está viva). Vale decir que, paralela a la distinción entre identidades o rasgos de identidad por defecto o por modificación, hay estados por omisión y estados por acción; veamos cómo se definen.
   Una secuencia de estados puede ser lineal o cíclica (irreversible o reversible, si se prefiere). La vaca que pasa de estar viva a estar muerta, y el bife de vaca que pasa de estar crudo a estar cocido y de estar cocido a estar quemado, cursan una secuencia lineal de estados, sin posibilidad de reversión o de repetición. La persona que, habiendo comido crudo el bife, pasa de estar sano a estar enfermo y –confiemos– de estar enfermo a estar sano otra vez, cursa una secuencia cíclica de estados.
   Un estado por omisión es el estado inicial de una secuencia, ya sea necesariamente inicial –secuencia lineal: el bife no se coció: está crudo; la vaca no murió: está viva–, o ya sea contingentemente inicial –secuencia cíclica: Juan no se enfermó: está sano–. Un estado por acción es un estado no inicial de cualquier secuencia, cíclica o lineal, a saber: un estado intermedio (el bife se coció: está cocido; Juan se enfermó: está enfermo) o un estado final (el bife se quemó: está quemado; la vaca murió: está muerta; Juan se sanó: está sano de nuevo). Un estado por omisión participa de un historial eventual (sus compañeros de secuencia están en el futuro); un estado por acción, de un historial efectivo (hay al menos un estado anterior, y podrá o no haber uno posterior).

   Para reconocer un estado, no es decisivo saber si se trata de uno por omisión o de uno por acción. La frase suelta “Esta botella está vacía” puede aludir a dos historias: está vacía porque no fue llenada (estado por omisión) o está vacía porque fue vaciada (estado por acción). Si tuviéramos interés en marcar su participación en alguna de las dos historias, para la primera diríamos algo así como “Esta botella todavía está vacía” y para la segunda, “Esta botella ya está vacía”.
   Desconocer o prescindir del dato de cuál de las dos historias está detrás del estado (ignorar si estamos en el inicio o en el final de la historieta, si esta es su primera o su última viñeta) puede afectar, en el peor de los casos, la comprensión del enunciado y la interacción que se tiene al usarlo. Pero no afecta en nada el funcionamiento del verbo estar ni nos impide reconocer que ahí se trata de un estado.

1.1. La teoría de lo transitorio y lo permanente

   La oposición transitorio/permanente alude a la duración limitada o ilimitada con que un atributo se adhiere a una identidad. Asignarles los atributos permanentes a ser y los transitorios a estar, además de inducir a errores como el de “La vaca es muerta”, implica negar o desconocer la existencia de estados permanentes, como el de “La vaca está muerta”, y de membresías fugaces u ocasionales, como la de “En aquella ocasión, Juan fue muy simpático conmigo”.
   En este último caso, la inducción al error de concepto es mayor, aunque la opción “estuvo” sea gramaticalmente válida (pero sin aventajar: ambas lo son). Es tan raro que un aprendiz avanzado de español crea que puede decir “La vaca es muerta” como que no crea que debe decir “En aquella ocasión, Juan estuvo muy simpático conmigo”, o sea, que no puede decir “fue“. Argumentará que si sucedió “en aquella ocasión”, es que fue una simpatía transitoria, indigna de la permanencia de ser. Pero nada le impide a una membresía ser ocasional.
   Y si en lugar de “en aquella ocasión” hubiera un “siempre” (o “todas las veces”), nuestro aprendiz avanzado creerá que sí o sí debe ir un “fue”, cuando cualquier hispanohablante sabe que también puede decir “Juan siempre estuvo muy simpático conmigo”. Moraleja: ni los estados ni las membresías necesitan, para ser tales, una duración ni una frecuencia determinadas, como pretende la teoría. Veamos el caso prescindiendo de estas pretensiones.
   Al afirmar “En aquella ocasión (o siempre), Juan fue muy simpático conmigo” clasifico a Juan en el conjunto de las personas que son muy simpáticas conmigo, sea que la membresía se circunscriba a una única vez, ya pasada, o tenga una asistencia perfecta de veces (dentro de un período ya pasado, que podría extenderse hasta el presente con un cambio de tiempo verbal: “Juan siempre ha sido muy simpático conmigo”).
   Por su parte, al afirmar “En aquella ocasión (o siempre), Juan estuvo muy simpático conmigo” declaro el estado resultante de un ponerse simpático conmigo que le sucedió a Juan, una o todas las veces que lo traté. Con estar digo, indirectamente, que pasó algo; directamente, que dejó tal o cual resultado. Con ser digo que alguien perteneció a cierto club.

1.2. Estados transitorios y estados definitivos

   En resumen, creo que es más eficiente y exacto reemplazar la medición de una duración o de una frecuencia por la determinación del lugar que ocupa el estado en esa estructura que podemos llamar secuencia o historial o historieta. El reemplazo importa la sustitución –poco relevante– del segundo término de la oposición (sale ‘permanente’, entra 'definitivo') y la redefinición del primero. Procedamos.
   Si se me tolera la trivialidad, un estado es transitorio cuando es un estado de transición. Seré más preciso: un estado es transitorio porque existe un sucesor suyo en la secuencia, se realice o no. Una variación de la historia original puede hacer eterno el sueño de la bella del bosque durmiente; pero existiendo el despertar (y el estar despierto que tiene por resultado), ese estado es de transición, independientemente de su duración y del desenlace que tenga el relato. El carácter transitorio genera la expectativa de que la bella pase de estar dormida a estar despierta, la satisfaga o no el narrador.
   Esa expectativa de cambio está ausente en los estados sin sucesor. Los estados finales de secuencias lineales, por definitivos, por irreversibles, no pueden no ser permanentes. No cabe esperar de la vaca muerta y del bife quemado que reviertan su estado y pasen a estar viva y a punto. Y en cuanto a superar sus estados, para la vaca es imposible (salvo que exista la resurrección) y para el bife es ocioso (sí, puede pasar de quemado a podrido, pero con eso sólo se cambia un estado definitivo por otro; una viñeta más y la desintegración del bife en moléculas o átomos nos dejaría sin identidad de la cual indicar un estado).

   Algunos casos de irreversibilidad, aun sin admitir un egreso del estado en sí –ni deshaciéndolo ni trascendiéndolo–, admiten incrementos de intensidad, que pueden contar como nuevos estados: no puedo, yo peluquero, ofrecerle un cabello más largo a mi cliente recién atendido, pero sí uno más corto, mientras no lo deje pelado; no puedo, yo repostero, hacer menos dulce la torta ya hecha, pero sí más.
   Lo mismo sucede con los estados de un particular que provienen de la cuantificación de rasgos de identidad que son constitutivos del género al que ese particular pertenece: no tiene sentido decir que el agua de mar está salada, pero sí decir de tal o cual agua de mar que está más salada de lo normal, para ser agua de mar (y en este caso sí es posible la alternancia: “Este agua de mar es/está más salada que otras”). Otro ejemplo: siendo por su constitución frío, no tiene sentido decir que el hielo está frío, pero sí que tal o cual cubito está muy frío (al menos, eso puede parecernos, lo cual es suficiente para el lenguaje).
   En cambio, la vaca no pudo estar más viva de lo que estaba ni puede estar más muerta de lo que está. Luego, para que un estado final de secuencia lineal sea definitivamente definitivo, no debe ser cuantificable. Si lo fuera, estaríamos en la historia del bife, que puede terminar en el estado quemado o pueden agregarse las viñetas muy quemado, muy muy quemado, re quemado... y así hasta carbonizado o desintegrado (supongo que más allá ya no hay bife).

1.3. Resumen y definición

   Para resumir lo expuesto sobre los estados, veamos el siguiente cuadro:


   Hay estados por acción transitorios (todos los intermedios, como el irreversible “La naranja está madura” o el reversible “Juan está enfermo”, y sólo los finales de secuencias cíclicas, como “Juan ya está sano”) y hay estados por acción definitivos (los finales de secuencias lineales, irreversibles, como “La naranja está podrida” o “La vaca está muerta”). Pero no hay estados por omisión definitivos: todos son transitorios.
   El hecho de que en una secuencia cíclica no haya estados por acción que sean definitivos responde a la lógica del carácter cíclico de la secuencia, que por definición excluye lo definitivo (más allá de en qué estado del historial se detenga tal o cual historia particular, lo que sólo alcanza para hacer contingentemente final a ese estado). En cambio, el hecho de que no haya estados por omisión que sean definitivos responde a la propia lógica de lo que es un estado. Justifiquémoslo.
   Ante todo, no hay estado suelto, estado que no forme parte de una secuencia de estados, de un historial, que no sea la viñeta de una historieta. Un estado por omisión es, por definición, el estado inicial de una secuencia; un estado definitivo es el estado final –cuantificable o no– de una secuencia lineal; luego, para ser un estado por omisión definitivo, el estado debería ser inicial y final a la vez.
   No ha ocurrido nada mágico ni inefable; simplemente nos hemos salido del juego: decir que un estado por omisión definitivo es el primero y último de una secuencia equivale a decir –ahora sin retórica paradojal– que eso ya no es una secuencia, sino un estado absoluto (desligado, sin ser uno de los términos de una relación, como se mataforiza con el eslabón de una cadena o el cuadrito de una historieta).
   Sin la inexistencia de estados por omisión definitivos, un estado sería otra cosa. Con ella, un estado es la posibilidad (estado por omisión) o el hecho (estado por acción) de un cambio; el cambio puede estar en el futuro o puede estar en el pasado de un estado, o en ambos, pero no puede no estar. En relación con un estado por omisión –estar vivo, por ejemplo–, el acontecimiento respecto del cual aquello es un estado –el morir– se encuentra en el futuro (historial eventual); en relación con un estado por acción, en el pasado (historial efectivo): el estar muerto implica el haber muerto. Y el estar madura implica seguro el haber madurado de la naranja y probablemente un pudrirse futuro, para nombrar un caso de cambio bifronte.
   En aquel historial donde no pueda haber un acontecimiento entre dos estados no existirá, consecuentemente, el estado que sea su secuela: para la vaca que ha muerto, no existe un estado sucesor del estar muerta porque no hay, en ese historial, un acontecimiento que venga después del morir (si lo hubiera y fuera una resurrección, el historial pasaría de lineal a cíclico: está viva ~ está muerta ~ está viva...). Y es esta falta de sucesor lo que hace definitivo a un estado. Los estados por omisión, que son estados iniciales (de secuencias cíclicas o lineales), jamás carecen de sucesor; luego, en ningún caso pueden ser definitivos.

   Recapitulemos. Más allá de su antigüedad o duración, el estado se define suficientemente por ser el resultado de la consumación (hay cambio) o de la inhibición (hay permanencia) de un acontecimiento. A diferencia de las identidades de clases o de individuos, abstracciones forjadas fuera del devenir temporal a fuerza de igualar, hacer pertenecer e incluir, los estados se definen en relación a sucesos, que son la materia prima del devenir; sucesos de realización efectiva o sólo posible, pero de rigurosa temporalidad (o secuencialidad).
   Permítaseme este símil imperfecto: si la identidad es un arenero, su estado por omisión es la lasitud de la superficie intacta (porque nada sucedió ahí) o indemne (pese a que algo sucedió ahí); y un estado por acción es, por ejemplo, la secuela que en el arenero deja una brisa, que provoca una suave ondulación (y entonces la arena está suavemente ondulada).
   La ondulación –el suceso de la ondulación– es consecuencia o efecto de la brisa; el estar ondulada la arena es la secuela de la ondulación, no su evento‑consecuencia. Del mismo modo, el ponerme contento es una consecuencia de algún otro suceso, como puede ser el haber ganado la lotería; la secuela de ese efecto –su resultado– es el estar contento.
   Los estados son la mitad de lo que hacemos con el verbo estar; la otra mitad son las ubicaciones. Al igual que los estados, las ubicaciones se integran en secuencias, son cuadritos de una historieta, que narra un cambio o una permanencia de ubicación de algo o alguien. A diferencia de los estados, que pueden resultar de una gran cantidad de acciones, las ubicaciones pueden resultar de sólo dos acciones.

2. Ubicaciones

   Decir que “Juan está dormido en su cuarto” no es lo mismo que decir que “Juan está en su cuarto”, toda vez que a su ubicación le agrego su estado. En cambio, las proposiciones “Juan está en su cuarto” y “Juan está situado en su cuarto” dicen lo mismo, al igual que las proposiciones “La torre Eiffel está en París” y “La torre Eiffel está situada en París”. Casi que las primeras son una abreviatura de las segundas, como si la ubicación fuera un estado que se redujo a sus circunstancias. Pero la acción de un situarse es demasiado general.
   El situarse de Juan y el situarse de la torre Eiffel resultan de acontecimientos diferentes. La primera situación supone el hecho (ubicación por acción: Juan fue a su cuarto) o la posibilidad (ubicación por omisión: Juan aún no salió de su cuarto) de un desplazamiento (hacia adentro –ir a– o hacia afuera –salir de–, en este caso); la segunda supone el hecho de un emplazamiento (ubicación por acción: la torre Eiffel fue emplazada en París).
   El desplazamiento, según sea en el espacio o en el tiempo, hace que una identidad pase de una ubicación a otra (de no estar a estar en su cuarto, o al revés) o de un momento a otro (de estar en 2020 a estar en 2021, nunca –aún– al revés: si “Estamos en 2021”, es gracias a que transcurrimos hasta acá –y desde allá atrás). Por su parte, el emplazamiento hace que pase de ninguna a alguna ubicación, la única que conocerá (salvo que se la vuelva a emplazar).
   Esta diferencia entre las acciones es acompañada por una diferencia entre sus secuelas. La ubicación de un desplazamiento puede ser transitoria (cualquier ubicación inicial y cualquier ubicación de una secuencia cíclica) o definitiva (las dos ubicaciones de un nacimiento –el estar de este o de aquel lado del vientre– constituyen una secuencia lineal, irreversible: no se vuelve ahí). La ubicación de un emplazamiento, por su parte, es definitiva hasta nuevo aviso (hasta un re-emplazamiento, si sucede).

2.1 Ubicación por emplazamiento: una tenue diferencia entre ser y estar

   Prevengamos una confusión mediante una obviedad: la proposición “El estadio de San Lorenzo, que ahora está en el Bajo Flores, antes estaba en Boedo” no habla de un desplazamiento, sino de un re‑emplazamiento: no lo movieron hasta el Bajo Flores; lo volvieron a emplazar ahí. La perogrullada vale para la mudanza de todo aquello que sea emplazable, de un modo real o simbólico: una institución, un país, un cine, una placa recordatoria, un monumento, una ventana, etcétera.
   A ninguna de estas cosas el re-emplazamiento le provoca la crisis existencial que el reemplazo progresivo y total de sus partes le provoca al barco de Teseo, según dicen. La identidad es una institución, no un ensamble determinado de partes o materiales.

   Definitivo y con un historial mínimo, con una ausencia por todo pasado y ninguna expectativa de cambio, un emplazamiento se aleja de la más típica veleidad de estar y se acerca a la permanencia que suele lucir ser. Se acerca, pero se queda a mitad de camino, ahí donde ser equivale a quedar, que significa estar permanentemente (no permanecer, que es lo que significa quedarse). Y entonces la localización de lo emplazado pasa a admitir los tres verbos: “La casa de Juan es/está/queda a la vuelta del Sanatorio Otamendi”. (Esto no pasa con la localización de lo desplazado o desplazable, que no admite ser ni quedar, sólo estar: “Juan es/está/queda en su casa”.)
   En la variante con ser, no estoy identificando la casa de Juan, como haría si dijera “La casa de Juan es la segunda de la cuadra”, sino su lugar de emplazamiento (=a la vuelta del Sanatorio Otamendi). Se trata de la identificación de la circunstancia locativa de un evento definido (el emplazamiento de la casa de Juan), como pasa con “La fiesta es en Floresta”, “El próximo Mundial es en Qatar” o “El sorteo de Navidad es en la Lotería Nacional” (el predicado verbal identifica el dónde del evento definido que hace de sujeto expreso).
   Con esa identificación llevamos adelante una localización; su alternancia con la mera ubicación que da estar, que también localiza, es la alternancia con la diferencia más tenue que hay (y la única, además, de la que participa una ubicación en vez de un estado). Pero esa casi indiferencia pragmática (en ambos casos localizo) no impide que subsista la diferencia semántica: en un caso identifico la ubicación de un emplazamiento (es ahí) y en el otro la doy como resultado de un emplazamiento (está ahí).

3. Estados y ubicaciones, cambios y permanencias

   Cómo definimos lo que hacemos con estar depende de si vemos la foto o la película (opción de teoría gramatical, pero también filosófica). En el primer caso, decimos que con estar damos el estado o la ubicación por omisión o por acción de algo o alguien. En el segundo caso, decimos que narramos el cambio o la permanencia –la omisión de cambio– del estado o la ubicación de algo o alguien.
   En ambos casos, ese algo o alguien es lo que con ser categorizamos (“¿Qué es eso? ¿Es un pájaro? ¿Es un avión?”), identificamos (“¡Noo! ¡Es Superman!”), caracterizamos (“Superman es muy fuerte”) y, si hace falta, definimos la categoría en que lo ponemos (“Un extraterrestre es alguien de otro planeta”).
   ¿Qué diferencia hay entre un cambio de estado y un cambio de ubicación? La historia de cualquier cambio involucra al menos dos coordenadas témporo‑espaciales (o una ausencia y una coordenada, en el caso de un emplazamiento). En un cambio de estado, los datos espaciales de las coordenadas no tienen la obligación de ser diferentes; en un cambio de ubicación, sí. La obligación de presentar tiempos diferentes rige para ambos.
   Pruebo decirlo de otro modo. Un cambio de estado involucra, suficientemente, una diferencia de instantes. Es indistinto que la vaca haya estado en un lugar cuando estaba viva y esté en otro ahora que está muerta o que no se haya movido de ahí; lo esencial para su muerte es que esos estados se registren en instantes diferentes (salvo que sea la vaca de Schrödinger) y ordenados de viva a muerta (porque al revés no sería morir, sería resucitar).
   Por su parte, un cambio de ubicación involucra necesariamente dos diferencias, una de momentos y otra de lugares. La luna que se desplaza de un punto a otro del cielo, además de desplazarse, transcurre; la naranja que madura puede sólo transcurrir (quietita en la frutera, por ejemplo).
   No sé si a esta altura caerá bien mencionar que se puede leer una versión más corta y un poco dialogada de lo visto hasta acá en los dos primeros ensayos del tríptico. ¿Dónde? En “Describir o narrar: ser y estar.

4. Estados fundacionales: otra tenue diferencia entre ser y estar

   Vimos la secuencia mínima de ubicaciones (menos ya no es secuencia) que trama un emplazamiento. Ahora veremos una secuencia mínima de estados.
   Si levanto el pulgar y digo “Esta sopa está buena”, digo que está bien hecha. La alternativa con ser también aprueba, pero caracterizando: con la frase “Esta sopa es buena”, digo que hay sopas buenas, sopas malas, etc., y que esta pertenece al grupo de las buenas. Acá hablo de la calidad que tiene la sopa; allá, de la calidad que adquirió. Con ser no pasó nada; con estar, sí.
   Otro ejemplo. Si alguien elogia un chuchillo diciendo que “está bueno” y le preguntás por qué, lo más probable es que te hable de cosas que tengan que ver con lo bien hecho que está (su terminación, su hoja bien diseñada, su mango trabajado, etc.). En cambio, si lo aprueba diciendo que “es bueno”, lo más probable es que te diga que corta bien (o sea, que cumple bien su función), que es lo que se espera de todo miembro del club de los cuchillos buenos.
   Con ser, la aprobación es una membresía. Con estar, se aprueba el resultado de un hacer (o de cualquier otro acto fundacional: un constituir, un consumar, un perpetrar, un conformar, un armar, un confeccionar, etc.). Un resultado de esos es un estado muy peculiar; veamos por qué.
   Antes de todo lo demás que le puede pasar (oxidarse, desafilarse, ser limpiado, romperse, perderse, etc.), al cuchillo tuvo que pasarle el ser hecho, que se dice en dos viñetas con la primera vacía. Antes de estar hecho, el cuchillo no existe, como la ubicación del Barolo antes de ser emplazado. Ningún otro tipo de estado por acción limita hacia atrás con la inexistencia: el bife que está cocido antelimita con él mismo crudo; la vaca muerta, con ella viva; la naranja podrida, con ella madura; Juan enfermo, con Juan sano; etc.
   Como con las ubicaciones por emplazamiento, con los estados fundacionales tenemos una viñeta nula y otra ocupada (secuencia mínima) y nos volvemos a acercar al cuadro único de las escenas con ser (como el de la clasificación caracterizadora “El cuchillo es bueno”). Estamos otra vez donde los alternantes historieta y esquema tienen su máximo acercamiento, además de usarse para lo mismo (que ahora es calificar, dar una aprobación, en vez de localizar).


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