La agregué esto al ensayo en la sección 7; en el último párrafo subrayo lo que es nuevo:
Su antiguo amigo, el Conde de las Acacias, le había comentado en Madrid a Guillermo que “el gran delito de Julia es no haber vuelto a casarse y, sobre todo, haberse quedado sin un céntimo” (algo mucho más terrenal y práctico que el “mayor pecado” de Julia Montes, que “fue no saber mentir”).
Sin un nuevo matrimonio, la viuda alegre carece de un techo y un lecho santificados, además de un piso donde hacer pie, y la quiebra financiera le ha cortado las alas. Solución: irse de Madrid, volver al Cortijo de Abencerraje que la vio nacer y partir.
Por eso una mudanza a Madrid no es una solución (gracias a que “allí se tolera todo; allí hay libertad”) al rechazo de la comarca y la iglesia a su unión pecaminosa: “Julia Castro no puede volver allí sin mucho dinero para acallar lenguas y conciencias hipócritas”, dice Julia Castro. Guillermo le contesta que él es rico y garpa todo, y ella lo baja de sus delirios románticos (J&G contra el mundo) a la realidad (J&G en el mundo):
~¡Ja! Pobre de ti si fueras a Madrid conmigo. Tus amigos, los políticos, la sociedad entera te mirarían con risa y con desprecio. Guillermo, yo no soy la familia.La regla del “dinero propio” es la versión Castro-Alares del montesco (?) “nunca aceptó nada de ningún hombre”. O al menos es su razón: si fue así, fue porque el dinero propio es el único del que supieron valerse sus manos (aunque con prodigalidad ruinosa: el conde había sido su amigo y habla de “los millones gastados sin tino”). Esa independencia no la tendría casada. Y fuera del matrimonio, la tendrá mientras la mantenga en vuelo su patrimonio alado.
El dinero propio lo obtuvieron heredando y...
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