Ayer agregué, antes de la última parte, otra:
6. Fulano y yo
Quiso una casualidad anticipada que en un micro a Mendoza, recién salidos de la mini terminal de Liniers, yo le dijera de pronto a C, la amiga con la que viajaba:
—Creo que dejé el ventilador prendido.
Enseguida sigo por acá, pero antes quiero completar las casualidades. Unos años después C sería la pareja del padre de Julieta. Más años después, uno y medio atrás, por segunda vez en Mendoza, C me lee de su celular el relato que Julieta le había mandado para que me lo mostrara. Pero lo más asombroso no es una casualidad; es una precocidad: Juli tiene 11 años cuando escribe esto.
Siguiendo con la frase coincidente, no la dije en un taxi, que puedo redestinar, sino en un micro ya encaminado y completo, en la 1ª de las 12 horas de viaje. No podía hacer parar el micro y bajarme: no podía dejar sola a C ni hacerla bajar conmigo. No era una opción volver a casa, pero a la vez las consecuencias podían ser incendiarias (imaginaba y temía). Estaba donde no tenía que estar, y donde tenía que estar no estaba.
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