Eliminé la parte 1, la de los microensayos. Antes de la eliminación, el ensayo se veía así:
1.
Saber y deseo se repelen. Si deseo que pase X, es que no sé si pasará. Si lo sé (o creo), ya no puedo desearlo. En la novedad está el gusto.
— el Zambullista (@zambullista) marzo 20, 2015@zambullista Desarrollado en http://t.co/ogmLhpvX3s
— el Zambullista (@zambullista) marzo 21, 2015El requisito del desear (no saber) es opuesto al de fantasear (saber). Deseo: me muevo por algo posible. Fantaseo: en pausa por algo que no.
— el Zambullista (@zambullista) marzo 21, 2015Puedo desear un imposible. Lo que no puedo es saberlo o creerlo imposible mientras lo estoy deseando. De eso me doy cuenta después. O nunca.
— el Zambullista (@zambullista) marzo 22, 2015
2.
Imaginemos un X que desea mucho algo que no espera que se dé, y menos en lo inmediato. Pero imaginemos que resulta que sucede lo que X no espera pero desea. ¿Qué pesa más: la felicidad del deseo cumplido o la incomodidad de haber sido agarrado por sorpresa, de que haya sucedido lo que no esperaba?
Si pesa más lo primero, es el famoso sueño realizado: X lo consideraba improbable –de ahí que no lo esperara–, pero no imposible –de ahí que pudiera desearlo–; se le da y X feliz. Si pesa más lo segundo, es una fantasía interrumpida por una realización inoportuna.
Si X no está preparado para recibir lo que desea, tal vez lo suyo no es la motivación o el impulso de un deseo, sino el entretenimiento pasivo de una fantasía, donde uno es un espectador muy empático, pero un espectador. La fantasía es una variante (¿siempre melancólica?) del deseo, un desear sin poner el cuerpo, sin apostar nunca.
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