Acabo de agregar (redactándolos directamente en el editor HTML de Blogger) estos cuatro párrafos en el final de la sección 2.1 (y de encerrar entre paréntesis la oración inmediatamente anterior):
Cuando la dualidad pasa del deseo a la voluntad, su efecto pasa de ser un «hecho potencialmente paralizador» en el «estado psicológico» que con ella «se configura» a ser «un estado real de indecisión irresoluble del hombre absurdamente libre ante dos opciones antitéticas». Es decir, la paralización a la que conduce desear «simultáneamente dos objetos» pasa de potencial a actual –se actualiza– cuando «esa misma dualidad» es «llevada más allá de los confines del deseo que la ha generado, hasta invadir la esfera de la decisión y de la resolución final» (o sea, la esfera de la voluntad).
Antes de lo citado, Zellini ejemplifica ese «estado real de indecisión irresoluble» con «el hombre libre» de los versos de Dante, que muere de hambre matado por el absurdo de tener que preferir «entre dos alimentos [,] alejados y apetitosos por igual» (o sea, impreferibles), en conjunción con la regla de necesitar el desequilibrio de esa preferencia –alguna razón de más peso que otra– para resolverse a hincarle a uno el diente.
Tironeado entre esta necesidad y aquella imposibilidad, y por muy libre que sea, el hombre de Dante no logra (porque no puede) dejar de desear ambos «objetos»/«alimentos» y llegar a preferir y querer uno; el antitético doble deseo lleva a la doble abstención (inhibición de voluntad), en este caso de algo tan vital que si no se la interrumpe te mata. Cuando el «hecho (...) paralizador» pasa del «estado psicológico», donde lo es «potencialmente», al «estado real», el hombre se queda a mitad de camino, sin poder completar el pasaje del desear al querer que lo habilita a actuar.
En definitiva, al racionaldependiente se le da la libertad de elegir lo que quiera a la vez que se lo priva de una razón donde apoyarse para hacerlo, lo que vuelve absurda esa libertad; el tipo adquiere un derecho junto con la imposibilidad de ejercerlo, como le sucede al hombre de campo al que la Ley le destina una puerta que jamás le autoriza cruzar.
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