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jueves, 7 de junio de 2012

Cuentas regresivas 001 (1.0.0)


Cambió mucho la sección 2.1. Ahora está dedicada a "Tiempo de partir". Eliminé párrafos y los que sobrevivieron fueron a integrar la sección siguiente. Hasta hoy se leía esto:

2.1

La preparación para la muerte puede darse con otros argumentos, sin siquiera tener que aceptar (ni creer ni necesitar ni desear) que nuestra identidad –y con ella nuestra existencia– sigue en otra parte y en otro estado o que reencarnamos en otros seres hasta alcanzar el desapego perfecto (extinguidas la preferencia –un deseo selectivo– y la necesidad, extinguido el temor a que no se nos cumpla ni se nos satisfaga, o sea, a frustrarnos). Puede adoptarse un sentido de la existencia finita que no ofrezca alguna trascendencia personal eterna (o sea, que no niegue ni relativice esa finitud), aun cuando incluya sucedáneos de esa inmortalidad nómade. Por ejemplo, un sentido que tenga la épica de una obra colectiva que nos sobrevivirá (nada peor ni tan difícil le puede pasar a uno con su salud existencial que sobrevivirle a su sentido de vida, como nos lo recuerdan los que se suicidaron por el fin del comunismo soviético).
Quienes no «desprecian su cuerpo» ni «desean vivir con su alma sola», entre quienes se cuentan los que no creen en la existencia del alma ni en un más allá, son inmunes al argumento que Sócrates le da a Simmias contra el miedo a la muerte y su correlato, el deseo de más tiempo de vida. Para quienes sí, es absurdo que «no marchen gustosos allí, donde esperan obtener los bienes por los que han suspirado durante toda su vida» (tantos beneficios hacen necesario dar una razón –kármica, pecaminosa, etc.– para no abreviar suspiros y adelantar el viaje).
Mientras todavía son socráticos y platónicos, cuatro siglos antes de Cristo, esos bienes «son la sabiduría y el verse libres del cuerpo, objeto de su desprecio». Cuando el argumento se cristianiza, los bienes son la vida eterna en convivencia o unión con Dios en el paraíso, «y el verse libres del cuerpo, objeto de su desprecio», gracias a haber alcanzado una existencia inmaterial (espiritual) imperecedera e incorruptible (espíritus, almas y fantasmas, inmateriales como son, no ocupan lugar, por lo que el cielo puede ser todo lo chico que se quiera, e incluso podría ni siquiera tener lugar, insumo que no está entre los de esas inmaterialidades).


Ahora está esto:

2.1


“Tiempo de partir” (letra: Albérico Mansilla;
música y canto: Eduardo Falú)


La preparación para la muerte puede darse con otros argumentos. El que habla en la letra de la canción y en la voz de Falú, para que pueda no importarle «el trance de partir», no se preparó despreciando su cuerpo ni deseando vivir con su alma sola, sino habiendo logrado «llenar cada minuto transcurrido con un claro vivir enamorado».
Con el logro es coherente el corolario de que la vida fue «sólo un motivo para haber amado», un motivo satisfecho durante el «tiempo de amar», que ya ha vivido. El otro, el de «soledad, olvido y nada», que es la cuenta regresiva que está viviendo con lucidez y sin patetismo, es el mismísimo tiempo de partir, «el corto tiempo que resta por vivir» y «va señalando la urgencia de vivir como yo quiera» («si no pude encontrar la buena senda / prefiero equivocarme a mi manera»).
Establecida y defendida la moral del trance, se despide con un menú de tres deseos, todos de sobrevida o continuación laicas (dos permanencias: «en la memoria de quienes me han querido» –trascendencia afectiva– y «en los versos triviales que repita / con su cantar algún desconocido» –trascendencia artística–; y un regreso: «...en el perfil de un niño / como ese amanecer que ha renacido» en el perfil de la serranía –trascendencia biológica–).

2.2

Quienes no «desprecian su cuerpo» ni «desean vivir con su alma sola», son inmunes al argumento que Sócrates le da a Simmias contra el miedo a la muerte y su correlato, el deseo de más tiempo de vida. Para quienes sí, es absurdo que «no marchen gustosos allí, donde esperan obtener los bienes por los que han suspirado durante toda su vida» (tantos beneficios hacen necesario dar una razón –kármica, pecaminosa, etc.– para no abreviar suspiros y adelantar el viaje).
Mientras todavía son socráticos y platónicos, cuatro siglos antes de Cristo, esos bienes «son la sabiduría y el verse libres del cuerpo, objeto de su desprecio». Cuando el argumento se cristianiza, los bienes son la vida eterna en convivencia o unión con Dios en el paraíso, «y el verse libres del cuerpo, objeto de su desprecio», gracias a haber alcanzado una existencia inmaterial (espiritual) imperecedera e incorruptible (espíritus, almas y fantasmas, inmateriales como son, no ocupan lugar, por lo que el cielo puede ser todo lo chico que se quiera, e incluso podría ni siquiera tener lugar, insumo que no está entre los de esas inmaterialidades).


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