Agregué el epígrafe del esquilax a la sección 2. Solapamientos conceptuales. Siempre asocié el argumento de la piedra espanta-tigres con las cuestiones de denominación y definición de un perro y un conejo comunes, cercano al asunto del yelmo y la vacía del Quijote. El agregado llevó a retoques en la sección, para incorporar el nuevo caso. En la zona de cambios, antes se leía esto:
La neutralidad que tiene para la práctica esa falta de diferencia significativa y significadora (esa insignificancia de diferencia e indiferencia de significación) está en la base de la gravedad que tiene para el pensador: si da lo mismo hacer una cosa o la otra, las afirmaciones contradictorias en las que se apoyan esas jugadas infringen el principio de la navaja de Occam de no multiplicar innecesariamente las entidades (como parece ser la imputación contra esa aparatosa cadena de ciclos indiscernibles que es el eterno retorno). La razón, creo, es energética: sólo la producción de una diferencia justifica un gasto, como el de un pensamiento; es inútil el gasto que consigue lo mismo que ya se tiene.
Redondeemos. En los casos de afirmaciones tan indemostrables como irrefutables, piadosamente indecidibles, se atribuye un efecto (observable: el de no haber osos o tigres; conjetural: el de estar en algún ciclo) a una acción, siempre conjetural, lo sea o no su agente (no lo son la patrulla ni la piedra, sí lo es el universo retornante). Para Lisa, la atribución que hace Homero es “autocomplaciente”. Para Borges, la que hace Nietzsche es superflua, sobreabunda.
Ahora se lee esto:
La neutralidad que tiene para la práctica esa falta de diferencia significativa y significadora (esa insignificancia de diferencia e indiferencia de significación) está en la base de la gravedad que tiene para el pensador: si da lo mismo hacer una cosa o la otra, las afirmaciones contradictorias en las que se apoyan esas jugadas infringen el principio de la navaja de Ockham de no multiplicar innecesariamente las entidades (como parece ser la imputación contra esa aparatosa cadena de ciclos indiscernibles que es el eterno retorno). La razón, creo, es energética: sólo la producción de una diferencia justifica un gasto, como el de un pensamiento; es inútil el gasto que consigue lo mismo que ya se tiene. De ahí tal vez que en otra versión del principio hay una condena a ese derroche: entre dos teorías de igual potencia explicativa y predictiva, hay que preferir la más simple (no, por ejemplo, la que diga que en lugar de un conejo hay “un caballo con cabeza de conejo y cuerpo de conejo” que “se aleja galopando”; o que en lugar de un perro común hay “un mitológico can de dos cabezas que nació con sólo una cabeza”).
Redondeemos. En los casos de afirmaciones tan indemostrables como irrefutables, piadosamente indecidibles, se atribuye un efecto (observable: el de no haber osos o tigres, el de haber un perro y un conejo; conjetural: el de estar en algún ciclo) a una acción, siempre conjetural, lo sea o no su agente (no lo son la patrulla ni la piedra, sí lo son el universo retornante, “lo raro entre lo raro” y “las tinieblas de la Historia”). Para Lisa, la atribución que hace Homero es “autocomplaciente” y las que hace Gorgory son superfluas, como para Borges la que hace Nietzsche.
Finalmente, agregué el video de epígrafe con el penal de Abreu contra Ghana por los cuartos de final, donde se ven flashes en las tribunas oscuras.
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