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jueves, 19 de agosto de 2010

Entusiasmos II 003 (1.0.0)


Le agregué una sección entera al ensayo, por lo que lo anterior quedó como sección 1, al final de la cual agregué una frase de nexo: “Veamos las secuelas que puede dejar esa militancia”. Lo agregado iba a ser un ensayo nuevo, pero por afinidad temática terminé prefiriendo que integrara “Entusiasmos II (Improvisaciones II)”. Dice así:
2

Empecemos con la clásica definición de personaje, ya que empecé con la clásica frase que la introduce. X tiene una felicidad hecha de las satisfacciones en las que invierte la mayor parte de su tiempo y de sus aprendizajes, a las que hace el principal objetivo de sus búsquedas y esmeros. O también: X llama felicidad al resplandor generado por la superposición de experiencias y vivencias “luminosas” que tiene la suerte de protagonizar y la habilidad o sabiduría de prodigárselas seguido, de irlas a buscar –tenerles preferencia– y, a menudo, conseguirlas (lo primero suele ser más infrecuente que lo segundo).
No es que me encandilen las metáforas místicas de luminosidades e iluminaciones; sólo quiero comparar que el efecto acumulativo de experiencias satisfactorias (a veces gozosas, a veces placenteras, a veces –insuperablemente– ambas) es similar al resplandor resultante de un vecindario de luces, exactamente como el resplandor consistente en las luces de una ciudad vista a cierta distancia.
La felicidad, el gozo, el placer, cualquier forma de satisfacción acumulada, son formas potenciadas de salud, como los resplandores lo son de luces. En los picos, llega a una mezcla extraña y poderosa de serenidad y excitación, algo similar a un éxtasis, ya sea de alta o de baja euforia. Lo curioso es que esos picos no son los del placer sino los de su relajación, que a su vez no es exactamente placentera –no es paradójica ni zonza–, pero es otra satisfacción: la de una calma intensa, la de una ingravidez alucinada, como la que sentimos –junto con placer, probablemente– cuando soñamos que volamos, que nadamos en el aire, que damos saltos enormes (inverosímiles como las carreras que corremos) o que flotamos (en el aire o en aguas de distintas densidades).*
Hay dos ausencias notables en este cónclave de suspensiones oníricas: nunca sueño que buceo y si me sueño en el espacio soy un astronauta sin traje. Realista o no, en mis sueños siempre respiro sin depender de un tubo:*
En el medio en el que lo necesitamos, un tubo es una segunda naturaleza de la que sí somos separables, en algunos casos sin que nos cueste la vida, pero no en la mayoría. Esa minoría de casos felices de separación hombre-tanque y esta mayoría trágica nos hacen confiar en esa segunda naturaleza menos que en la primera, la que podemos necesitar llevar al neumonólogo (en razón precisamente de que no podemos separarnos de ella salvos o sanos). Al menos en mi cerebro, esa desconfianza le cuesta a los sueños con respiraciones artificiales, aun si no son angustiantes, su exclusión de la serie de suspensiones relajadas. Es claro dónde me deja esa desconfianza:
lo más alejado posible de una asfixia, que está en las antípodas temáticas (y pesadillescas) de la sensación de ensanchamiento pulmonar que tienen los sueños con los que digo que puede compararse aquella ingravidez lúcida.


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