Acabo de terminar la primera versión (imagino que tendrá más cambios) de la comparación entre el Zorro y Superman injertada con el asterisco que hay en la sección "Caso 5", subsección "2", al final del primer párrafo. Dice esto:
Como me comentó Luz en un mail, también Superman tiene tres identidades: una nativa (la extraterrestre de Kal-El), otra naturalizada (la ordinaria de Clark Kent) y otra por opción (la extraordinaria de Superman, que no es hombre y sólo entre hombres es súper). De las dos electivas, hay una identidad en la que disimula los poderes con los que llega a la Tierra en un moisés interestelar, y otra en la que los usa. Análogamente, en Los Ángeles Diego de la Vega disimula con el disfraz de cordero letrado los poderes con los que vuelve de España –adquiridos en tres años de formación y complementados con los de la cuna–, y los usa convertido/disfrazado en el Zorro. Los desenmascaramientos de uno y otro tienen el mismo potencial de daño.
Sobre esas diferencias menores, relativas a cómo y de dónde provienen cada uno y sus poderes, se monta una diferencia mayor, relativa a las consecuencias y a la visibilidad de cada filiación u origen. Superman es un disfraz y un alter ego de Clark Kent, que es la impostura terrestre del extraterrestre Kal-El, que es la identidad originaria cuyo descubrimiento acarrea el de su vulnerabilidad (“no olvidemos que finalmente todos sus problemas graves –y los peores archienemigos– derivan de esta tercera identidad”, escribe Luz). Análogamente, el Zorro es un disfraz y un alter ego del Diego de la Vega regresado, que es la impostura californiana –cobarde y torpe– del Diego de la Vega que en España le sumó a su valentía juvenil, impulsiva, la destreza con la espada y la madurez de un estratega. Pero al hijo de uno de los hacendados más importantes de California su origen (social, ya que no biológico), que en vez de secreto no deja de ser ostensible, lo dota de una inmunidad especial, una respetabilidad y una protección superiores: todo lo contrario de una vulnerabilidad.
Algún otro de su clase utiliza esas ventajas para consolidarlas con injusticias impunes, suelto o aliado a la autoridad de turno. Diego de la Vega, en cambio, las utiliza para insolentarse con la autoridad injusta bien inmunizado; o sea, para ser abiertamente la versión testimonial de una moral justiciera, de la que el Zorro es clandestinamente la versión ejecutiva.
La fuerza insuficiente de la primera versión, que es política, proviene de una pertenencia de clase; la fuerza exitosa de la segunda, que es guerrera, es mérito de un solitario, uno que está al margen de la ley y de la comunidad que con ella se controla y regula: un forajido con recompensa de captura, del que no se discute desde dónde actúa, sino sólo en contra o a favor de qué (de la ley y el orden, para quien los usa con la ambición de volverse más poderoso y más rico –Monasterio– o conspirando para uno así –los agentes del Águila–; o de una “verdadera” justicia, según aquellos para quienes el Zorro les da lo que la autoridad les niega, les quita o no evita ni revierte que otros –un patrón abusivo, un aventurero con codicia, un simple ladrón– les nieguen o les quiten).
En la serie, el proceso de “desforajización” del Zorro tiene su climax cuando, en vez de pelear contra los soldados del Rey, pelea junto con ellos contra un enemigo extranjero y su títere local, tiránico e inescrupuloso, según son representados los movimientos independentistas (la bandera española llega a ser arriada y reemplazada por la del Águila; la tiranía de Monasterio fue siempre la de un súbdito de la corona, injusto pero leal). En cambio, Superman es de entrada un justiciero también para las autoridades, que suelen verse superadas por los villanos y oportunamente asistidas por «el gran Boy Scout azul».