Acabo de hacerle agregados importantes al ensayo "Tiempo, deseo y saber", extraídos de los documentos "La incertidumbre 10.odt" y "El presente es la frontera 05.odt". Hasta hoy, así era el ensayo:
Hoy se ve así:
Sinopsis
Deseamos lo que no sabemos si habrá o no habrá (“Ojalá mañana llueva”), si hay o no hay (“Ojalá esté lloviendo allá”), si hubo o no hubo (“El comandante y la tripulación les desean que hayan tenido un buen viaje”). El no saber sobre un evento lo habilita a ser objeto de deseo o motivo de temor (que es la forma negativa de la esperanza, que es la versión pasiva –expectante– del deseo de un evento).
Escena 1. Toma 1.
La jerarquía dolorosa del temor se monta sobre una línea de tiempo en la que los eventos temidos se orientan (como posteriores, simultáneos o anteriores) respecto del momento en que se los teme, el presente de la experiencia. Así, mayor que el miedo a que (o el deseo de que no) pase algo indeseado, de manera inminente o adviniendo a lo lejos, es el miedo a que (o el deseo de que no) esté pasando algo indeseado; y mayor que éste es el miedo a que (o el deseo de que no) haya pasado algo indeseado. Lo irrevocable es más temible que lo imparable, que es más temible que lo inminente, que es más temible que lo inexorable.
La energía contra temores, miedos y terrores se gasta menos cuanto más alejados del presente de conciencia y conocimiento estén sus causantes; también, cuanto más justificado esté ese no estar enterados que hace posibles o sensatos aquellos deseos o temores.
Escena 1. Toma 2.
Todos los deseos que están a favor (las esperanzas) o en contra (los temores) de un hecho posible dicen sus preferencias sobre lo que no se sabe (qué pasará, qué va a pasar, qué pasa, qué ha pasado: de menor a mayor gasto emocional, de mayor a menor justificación por no estar enterados). (En rigor, el grado de menor justificación no lo tiene el pasado, que es siempre de lo ausente; es el que combina el presente con la presencia: si deseás –o temés– estar leyendo esta página es porque no sabés que estás leyendo esta página, lo que debería preocuparte doblemente.)
Para decirlo más simple: las expectativas, favorables o desfavorables, se tienen sobre (una noticia de) un pasado, un presente o un futuro desconocidos (de manera inevitable, en el último caso, y evitable, en los dos primeros –en evitarlo consiste el estar enterados).
Escena 2.
En cambio, lo que se sabe o lo que se cree que es cierto no habilita deseos, sino como mucho fantasías contrafácticas: utópicas (sé o creo que pasará A, y fantaseo cómo sería si en ese momento pasara B); burreras (sé o creo que va a pasar A, y fantaseo cómo sería si de pronto pasara B); ensoñadoras (sé o creo que está pasando A, y fantaseo cómo sería si estuviera pasando B); y nostálgicas (sé o creo que ha pasado o pasó A, y fantaseo cómo sería si hubiera pasado B).
Escena 1+2.
Resumiendo, el carecer o el disponer de conocimiento respecto de algo decide qué clase de deseo podemos tener sobre ese algo, si es que vamos a tener alguno: si lo conocemos, podemos fantasear alternativas (todas menos la conocida); si lo desconocemos o logramos ignorarlo, podemos desearlo, entre otras alternativas. En ambos casos, conociendo o desconociendo, siempre existe la alternativa de permanecer sin desear, ni jugando con ni jugado por.
Escena 4.
El que se limita a saber, se limita a observar el mundo. El que además desea participa del mundo, para hacerlo –en el fragmento que le importa– como puede ser y desea que sea. El que fantasea contra lo que sabe o cree, ya casi no observa y todavía casi no participa: se abstrae y concentra en el simulacro de otro mundo.
El gasto que ocasiona la tarea adicional de mantener ese simulacro es una energía emocional que puede alimentar el crecimiento de ciertas obsesiones, de ciertos rasgos de amor imposible. (No sólo ponemos energía en lo que idolatramos; también puede que idolatremos aquello en lo que ponemos energía.)
Escena 5.
De una experiencia muy intensa (placentera o displacentera), tanto la evocación como el retorno involuntario a la escena me reeditan el trance de una incertidumbre, el momento en que algo que no podía mensurar me sobrevenía, para mi bien o para mi mal; no me sitúan ni antes ni después, sino durante la experiencia de que algo se gesta sin que me sea posible presupuestar energías para asimilarlo. La parálisis a que me somete esa incapacidad transitoria de estimación se parece a la parálisis de la duda: no puedo hacer nada porque no sé qué hacer; quedo reducido a una pasividad anhelante o resistente, pero siempre expectante.
Según la disipación de la incertidumbre vaya contrariando –temo– o halagando –espero– mis deseos, sentiré dolor o placer. En el placer, soy sostenida o incrementalmente sorprendido e intrigado; en el dolor, sostenida o incrementalmente decepcionado y desinteresado. (En la historia de amor ideal, cada uno es sostenida o incrementalmente sorprendido e intrigado por el otro, o sea, no deja de conocer ni de ser conocido –si no es recíproco, la historia es de fascinación, que es la mitad solitaria de un amor.)
Escena 6.
El temor, como la inercia, es una resistencia al cambio de situación (un repliegue, una concentración de fuerzas). El deseo, al revés de la inercia, es una resistencia a la permanencia de la situación (un despliegue de fuerzas, una expansión). La regla de cada uno se traduce en la asociación anómala del otro, como el anverso y el reverso de una misma emoción: el temor a cambiar de situación y el deseo de permanecer en ella, por un lado, y el deseo de cambiar de situación y el temor a permanecer en ella, por el otro. Son la primera y la segunda línea de combate contra la frustración provocada por el cambio y la permanencia indeseados, respectivamente, con los que la otredad se nos opone.
Hoy se ve así:
Sinopsis
Deseamos lo que no sabemos si habrá o no habrá (“Ojalá mañana llueva”), si hay o no hay (“Ojalá esté lloviendo allá”), si hubo o no hubo (“El comandante y la tripulación les desean que hayan tenido un buen viaje”). El no saber sobre un evento lo habilita a ser objeto de deseo o motivo de temor (que es la forma negativa de la esperanza, que es la versión pasiva –expectante– del deseo de un evento).
Escena 1. Toma 1.
La jerarquía dolorosa del temor se monta sobre una línea de tiempo en la que los eventos temidos se orientan (como posteriores, simultáneos o anteriores) respecto del momento en que se los teme, el presente de la experiencia. Así, mayor que el miedo a que (o el deseo de que no) pase algo indeseado, de manera inminente o adviniendo a lo lejos, es el miedo a que (o el deseo de que no) esté pasando algo indeseado; y mayor que éste es el miedo a que (o el deseo de que no) haya pasado algo indeseado. Lo irrevocable es más temible que lo imparable (o irrestañable), que es más temible que lo inminente, que es más temible que lo inexorable.
La energía contra temores, miedos y terrores se gasta menos cuanto más alejados del presente de conciencia y conocimiento estén sus causantes; también, cuanto más justificado esté ese no estar enterados que hace posibles o sensatos aquellos deseos o temores.
Escena 1. Toma 2.
Todos los deseos que están a favor (las esperanzas) o en contra (los temores) de un hecho posible dicen sus preferencias sobre lo que no se sabe (qué pasará, qué va a pasar, qué pasa, qué ha pasado: de menor a mayor gasto emocional, de mayor a menor justificación por no estar enterados). (En rigor, el grado de menor justificación no lo tiene el pasado, que es siempre de lo ausente; es el que combina el presente con la presencia: si deseás –o temés– estar leyendo esta página es porque no sabés que estás leyendo esta página, lo que debería preocuparte doblemente.)
Para decirlo más simple: las expectativas, favorables o desfavorables, se tienen sobre (una noticia de) un pasado, un presente o un futuro desconocidos (de manera inevitable, en el último caso, y evitable, en los dos primeros –en evitarlo consiste el estar enterados).
Escena 2.
En cambio, lo que se sabe o lo que se cree que es cierto no habilita deseos, sino como mucho fantasías contrafácticas: utópicas (sé o creo que pasará A, y fantaseo cómo sería si en ese momento pasara B); burreras (sé o creo que va a pasar A, y fantaseo cómo sería si de pronto pasara B); ensoñadoras (sé o creo que está pasando A, y fantaseo cómo sería si estuviera pasando B); y nostálgicas (sé o creo que ha pasado o pasó A, y fantaseo cómo sería si hubiera pasado B).
Escena 1+2.
Resumiendo, el carecer o el disponer de conocimiento respecto de algo decide qué clase de deseo podemos tener sobre ese algo, si es que vamos a tener alguno: si lo conocemos, podemos fantasear alternativas (todas menos la conocida); si lo desconocemos o logramos ignorarlo, podemos desearlo, entre otras alternativas. En ambos casos, conociendo o desconociendo, siempre existe la alternativa de permanecer sin desear, ni jugando con ni jugado por.
Escena 3. Toma 1.
Si el futuro es inevitablemente desconocido, es porque el presente es la frontera entre lo que se puede conocer y lo que no se puede conocer. (Desde ya, que se pueda conocer no significa que de hecho se conozca; hay posibilidades ya o aún desperdiciadas o aún no aprovechadas.) ¿Y qué se puede conocer? Se puede conocer de lado a lado lo que fue o ha sido, lo que ocurrió o ha ocurrido, o se puede conocer parcialmente lo que es, lo que ocurre (es decir, leer una relación entre minúsculos acontecimientos para inferir el evento que traman –algo que en rigor en el futuro se envasará como evento, se terminará de constituir, se empaquetará como un dato portable y enviable). Pero no se puede conocer lo que, en lugar de ser o haber sido, va a ser o será.
La otra parcialidad alojada en el presente es el desconocimiento de lo que viene ahora, de los límites precisos que tiene el evento en el que estoy inmerso. A diferencia de este desconocimiento, el del siguiente evento de la historia, que pertenece al vecino futuro, no es parcial sino completo, completamente exterior. Vuelvo al principio: el presente es esa membrana que separa y envuelve lo que se puede conocer, que queda del lado de adentro, de lo que no se puede conocer, que queda al otro lado. Habitamos minúsculamente esa burbuja cognoscible.
Suplo y subsano el desconocimiento parcial del evento presente y el total del evento futuro, los dos desconocimientos inevitables que hay, con suposiciones, conjeturas, creencias, imaginaciones: todas formas de certezas postizas o provisorias sobre aquello de lo que no puede haber conocimiento.
Escena 3. Toma 2.
Entre mis ocho cartas del chinchón, algunas ya forman un juego, otras están dispuestas u ordenadas para formar uno ni bien se les sumen una o dos cartas esperadas, y otras son de descarte, porque no integran ni están próximas a integrar ningún juego. Arriesgo dos analogías. En un nivel menor, las cartas son los estados y las situaciones, y los juegos que forman o están por formar son los acontecimientos. En otro nivel, mayor, las cartas son los acontecimientos, y los juegos que se forman o buscan formarse son los eventos. El mazo que nos abastece es el futuro; el abanico de ocho cartas que tengo cada vez es el presente: en él hay algún juego hecho y otro esperando hacerse.
Escena 4.
El que se limita a saber, se limita a observar el mundo. El que además desea participa del mundo, para hacerlo –en el fragmento que le importa– como puede ser y desea que sea. El que fantasea contra lo que sabe o cree, ya casi no observa y todavía casi no participa: se abstrae y se concentra en el simulacro de otro mundo.
El gasto que ocasiona la tarea adicional de mantener ese simulacro es una energía emocional que puede alimentar el crecimiento de ciertas obsesiones, de ciertos rasgos de amor imposible. (No sólo ponemos energía en lo que idolatramos; también puede que idolatremos aquello en lo que ponemos energía.)
Escena 5. Toma 1.
De una experiencia muy intensa (placentera o displacentera), tanto la evocación como el retorno involuntario a la escena me reeditan el trance de una incertidumbre, el momento en que algo que no podía mensurar me sobrevenía, para mi bien o para mi mal; no me sitúan ni antes ni después, sino durante la experiencia de que algo se gesta sin que me sea posible presupuestar energías para asimilarlo. La parálisis a que me somete esa incapacidad transitoria de estimación se parece a la parálisis de la duda: no puedo hacer nada porque no sé qué hacer; quedo reducido a una pasividad anhelante o resistente, pero siempre expectante.
Según la disipación de la incertidumbre vaya contrariando –temo– o halagando –espero– mis deseos, sentiré dolor o placer. En el placer, soy sostenida o incrementalmente sorprendido e intrigado; en el dolor, sostenida o incrementalmente decepcionado y desinteresado. (En la historia de amor ideal, cada uno es sostenida o incrementalmente sorprendido e intrigado por el otro, o sea, no deja de conocer ni de ser conocido –si no es recíproco, la historia es de fascinación, que es la mitad solitaria de un amor.)
Escena 5. Toma 2.
Volvamos a la sensación pesadillesca de estar en el momento en que algo indeseable se empieza a hacer irreversible, irrevocable, ya desde antes de consumarse o a más tardar cuando empieza a ser. Ése es el momento al que nos transporta una evocación poderosa de algún trance crucial. Es un momento durante el que no podemos medir cuánto nos afectará lo que viene (o nos espera). O aun peor: ya sabemos (o creemos) que será mucho y para mal, tanto que no podremos contrarrestarlo, impotencia que nos hace atravesar el peor tormento con la máxima sensibilidad y lucidez. O la incertidumbre o la certidumbre alucinatoria de estar gestándose una catástrofe, casi la lucidez del emparedado. O ninguna (cuando se las necesita) o demasiadas previsiones, muchas enormes (cuando se las necesita filtrar o desinflar).
Una cosa es razonar que el delgadísimo presente es lo único que tenemos para perder, y otra es experimentar ese único tiempo en que se vive, o en que mejor se registra que se vive, que es el tiempo de la conciencia. (El ahora se experimenta necesariamente ahora, si se me tolera la perogrullada; una experiencia tardía o una prematura del instante, además de contradictorias, involucran sucedáneos furtivos del ahora, recuerdos o previsiones mal reconocidos.) Si la experiencia es displacentera, es la de una incertidumbre; si es placentera, es la de un trance o un éxtasis (sexuales, creativos, contemplativos, etc.).
Escena 6.
El temor, como la inercia, es una resistencia al cambio de situación (un repliegue, una concentración de fuerzas). El deseo, al revés de la inercia, es una resistencia a la permanencia de la situación (un despliegue de fuerzas, una expansión). La regla de cada uno se traduce en la asociación anómala del otro, como el anverso y el reverso de una misma emoción: el temor a cambiar de situación y el deseo de permanecer en ella, por un lado, y el deseo de cambiar de situación y el temor a permanecer en ella, por el otro. Son la primera y la segunda línea de combate contra la frustración provocada por el cambio y la permanencia indeseados, respectivamente, con los que la otredad se nos opone.