Acabo de agregarle esta continuación a "Tiempo, deseo y saber", casi sin modificar del archivo original "De temores, miedos, esperanzas y placeres 22.odt":
Escena 4.
El que se limita a saber, se limita a observar el mundo. El que además desea participa del mundo, para hacerlo –en el fragmento que le importa– como puede ser y desea que sea. El que fantasea contra lo que sabe o cree, ya casi no observa y todavía casi no participa: se abstrae y concentra en el simulacro de otro mundo.
El gasto que ocasiona la tarea adicional de mantener ese simulacro es una energía emocional que puede alimentar el crecimiento de ciertas obsesiones, de ciertos rasgos de amor imposible. (No sólo ponemos energía en lo que idolatramos; también puede que idolatremos aquello en lo que ponemos energía.)
Escena 5.
De una experiencia muy intensa (placentera o displacentera), tanto la evocación como el retorno involuntario a la escena me reeditan el trance de una incertidumbre, el momento en que algo que no podía mensurar me sobrevenía, para mi bien o para mi mal; no me sitúan ni antes ni después, sino durante la experiencia de que algo se gesta sin que me sea posible presupuestar energías para asimilarlo. La parálisis a que me somete esa incapacidad transitoria de estimación se parece a la parálisis de la duda: no puedo hacer nada porque no sé qué hacer; quedo reducido a una pasividad anhelante o resistente, pero siempre expectante.
Según la disipación de la incertidumbre vaya contrariando –temo– o halagando –espero– mis deseos, sentiré dolor o placer. En el placer, soy sostenida o incrementalmente sorprendido e intrigado; en el dolor, sostenida o incrementalmente decepcionado y desinteresado. (En la historia de amor ideal, cada uno es sostenida o incrementalmente sorprendido e intrigado por el otro, o sea, no deja de conocer ni de ser conocido –si no es recíproco, la historia es de fascinación, que es la mitad solitaria de un amor.)
Escena 6.
El temor, como la inercia, es una resistencia al cambio de situación (un repliegue, una concentración de fuerzas). El deseo, al revés de la inercia, es una resistencia a la permanencia de la situación (un despliegue de fuerzas, una expansión). La regla de cada uno se traduce en la asociación anómala del otro, como el anverso y el reverso de una misma emoción: el temor a cambiar de situación y el deseo de permanecer en ella, por un lado, y el deseo de cambiar de situación y el temor a permanecer en ella, por el otro. Son la primera y la segunda línea de combate contra la frustración provocada por el cambio y la permanencia indeseados, respectivamente, con los que la otredad se nos opone.