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domingo, 29 de noviembre de 2009

Antes y ahora de 'Lo vano y el derrumbe'


Cambios menores. Antes de la sesión que acaba de terminar, el ensayo se veía así:

Recién subido, X mantiene una indignada discusión con el chofer del colectivo, mientras espera sacar el boleto o ya habiéndolo sacado. De pronto, se entera de que toda esa tensión, malestar y nervio es (ha sido) en vano, que el botín por el cual peleaba –un viaje a Liniers– no existía, era falso: ese ramal del 86 doblaba en Laguna, sin llegar a Liniers.
Creo que fue el golpe asestado por la vanidad de tanta tensión e indig­na­ción reprimida y des­bor­dan­te lo que le hizo pasar a X de la resistencia y la beli­ge­ran­cia al derrum­be abrupto. En su bronca ya había dolor, su voz ya era casi llorosa. Odiaba intensa­men­te a un rival que lo hos­ti­ga­ba por un botín que ya sabía inexis­ten­te.
De golpe tener razón dejó de ser para X un medio para obtener un fin (viajar a Liniers) y se convirtió en un objetivo vano: tuviera o no X razón en sus argumen­tos sobre el maltrato del chofer (como creo que tenía), el colectivo no iba a Liniers. Con un deseo en el lugar equivocado, la frustración es inevitable; se hace más em­pi­na­da cuanta más energía se haya invertido durante ese error.

Pero por mala que ya nos parezca, la suerte exacta de X debe medirse también por todo lo mala que podría haber sido y no fue.
Por un lado, para empezar, la escala involucrada fue re­la­ti­va­men­te pequeña, por lo que el desencanto sufrido se pagó con malhu­mor o angustia, pero no con la vida. Si la tentativa súbitamente revelada vana por un conocimiento o creencia recién adquiridos no fuera la de llegar a Liniers en ese colectivo, sino la de hacer socialista al mundo, y no tuviera una antigüedad de 15 cuadras sino de 74 años, el de­rrum­be podría llevar a reversiones ideo­ló­gi­cas des­pe­cha­das o, en el peor estrago personal, a vacíos de sentido de efectos suicidas (como los que se tragaron a muchos militantes del co­mu­nis­mo bruscamente amputados de ese deseo, so­bre­vi­vien­tes ab­sur­dos –se sentirían– de lo que había dado sentido a sus vidas).*
Por otro lado, aunque inagradecible, el episodio ahorró algunos agravantes: en una noche templada y sin lluvia, el co­lec­ti­vo dejó a X en camino a Liniers, a unos 20 metros de la parada del 86 que lo llevaría. Esos 20 metros de ironía o descortesía pueden exacerbar con facilidad el malestar acu­mu­la­do; pero el detalle fue ínfi­ma­men­te molesto, si lo com­pa­ra­mos con las suertes más frecuentes en los descensos que improvisan via­je­ros extraviados o deso­rien­ta­dos. El episodio o su remate podrían haber sido peores, si la anécdota hubiera estado dispuesta a cargar las tintas en el mal trago de X, como suele pasar en el género trágico. Por ejemplo, esas podrían haber sido sus últimas monedas, si encima pagó el boleto antes de enterarse; o el co­lec­ti­vo podría haberlo dejado a 5 ó 10 cuadras de la parada, si ya hubiera tomado el desvío del ramal; o podría haberlo dejado en una parada del 86, pero 15 cuadras de pelea vana para atrás, si (en el último colmo) X se lo hubiera tomado en el sentido equi­vo­ca­do.

Ahora se ve así:

Recién subido, X mantiene una indignada discusión con el chofer del colectivo, mientras espera sacar el boleto o ya habiéndolo sacado. De pronto, se entera de que toda esa tensión, malestar y nervio es (ha sido) en vano, que el botín por el cual peleaba –un viaje a Liniers– no existía y nunca había estado en juego: ese ramal del 86 doblaba en Laguna, sin llegar a Liniers.
Creo que fue el golpe asestado por la vanidad de tanta tensión e indig­na­ción reprimida y des­bor­dan­te lo que le hizo pasar a X de la resistencia y la beli­ge­ran­cia al derrum­be abrupto. En su bronca ya había dolor, su voz ya era casi llorosa. Odiaba intensa­men­te a un rival que lo hos­ti­ga­ba por un botín que ya sabía inexis­ten­te.
De golpe, tener razón dejó de ser para X un medio o una escala de viaje para alcanzar un fin y se convirtió en un objetivo vano: tuviera o no X razón en sus argumen­tos sobre el maltrato del chofer (como creo que tenía), el colectivo no iba a Liniers. Con un deseo en el lugar equivocado, la frustración es inevitable; se hace más em­pi­na­da cuanta más energía se haya invertido durante ese error.

Pero por mala que ya nos parezca, la suerte exacta de X debe medirse también por todo lo mala que podría haber sido y no fue.
Por un lado, para empezar, la escala involucrada fue re­la­ti­va­men­te pequeña, por lo que el desencanto sufrido se pagó con malhu­mor o angustia, pero no con la vida. Si la tentativa súbitamente revelada vana por un conocimiento o creencia recién adquiridos no fuera la de llegar a Liniers en ese colectivo, sino la de hacer socialista al mundo, y no tuviera una antigüedad de 15 cuadras sino de 74 años, el de­rrum­be podría llevar a reversiones ideo­ló­gi­cas des­pe­cha­das o, en el peor estrago personal, a vacíos de sentido a veces abismales, suicidas (como los que en su momento se tragaron a muchos militantes del co­mu­nis­mo bruscamente am­pu­ta­dos de ese deseo, so­bre­vi­vien­tes ab­sur­dos –se sentirían– de lo que había dado sentido a sus vidas).*
Por otro lado, aunque inagradecible, el episodio ahorró algunos agravantes: en una noche templada y sin lluvia, el co­lec­ti­vo dejó a X en camino a Liniers, unos 30 metros antes de la siguiente pa­ra­da del 86. Esos 30 metros de ironía o descortesía pueden exa­cer­bar con facilidad el malestar acu­mu­la­do; pero el detalle fue ínfi­ma­men­te molesto, si lo com­pa­ra­mos con las suertes más fre­cuen­tes en los descensos que improvisan via­je­ros extraviados o deso­rien­ta­dos. El episodio o su remate podrían haber sido peores, si la anécdota hubiera estado dispuesta a regodearse en el mal trago de X, como suele pasar en el género trágico. Por ejemplo, esas po­drían haber sido sus últimas monedas, si encima pagó el boleto antes de enterarse; o el co­lec­ti­vo podría haberlo dejado a 5 ó 10 cuadras de una parada útil, si ya hubiera tomado el desvío del ramal; o podría haberlo arrimado a una parada, pero 15 cuadras de pelea vana para atrás, si (en el último colmo) X se lo hubiera tomado en el sentido equi­vo­ca­do.
En el párrafo incrustado (donde hay "*") no hice cambios.